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Una de las bases de la democracia, quizá la más difícil de entender y asumir, es la de aceptar que el voto de la viejecita del rellano, que ya no lee por problemas de vista, que sólo sigue alguna serie en la televisión, que no debate en el portal, tiene el mismo peso específico que el voto del sociólogo, del ricachón o del indignado motivado y activo. No puede ser de otra manera; si se redujera o se aquilatara el valor del voto, sería el primer paso hacia una dictadura de la que ya conocemos el paño.

Según el antropólogo Michael Taussig, el conocimiento social implícito –lejos de las ideologías definidas y conscientes -, hace compartir, mover a la gente, incluso sin saber el porqué, hacia una situación dónde los criterios morales adquieren poder político. ¿Pero, existe este conocimiento? ¿Se difunde suficientemente? Dice Salvador Giner que “El civismo activo es menos chillón que una campaña electoral, pero es mucho más importante”

Es encomiable, admirable, la actitud de tantos y tantos miembros de la sociedad civil que se están alzando contra el alud neoliberal y antisocial. Pero existe el peligro que, inmersos en la lucha, no se den cuenta de su ínfimo número. Cuando uno se conecta, por ejemplo, a twitter, sigue y es seguido por gente de talante parecido, así que lee y escribe, reenvía, responde, sus ideas, en un bucle que da la impresión de que uno está en una ola de generación de ideas y de puesta en práctica de las mismas. Y no es así. Porcentualmente, el efecto es mínimo.

En muchas de las páginas que piden más y mejor democracia aparecen propuestas y reivindicaciones muy valiosas, que de llevarse a cabo favorecerían a las multitudes “silenciosas”, pero ello pasa por la premisa de que los pertenecientes a tal colectivo conecten con las propuestas y se sumen a la acción, tanto en el momento del voto como en el día a día. Y ahí creo que hay una laguna. Es precisa la difusión de las ideas, más allá de los ámbitos favorables a las mismas. Dije en su momento que “hay muchos más indignados potenciales que con twitter”. La difusión, el boca-oreja, la charla, el insistir y escuchar… son hoy, cada día, tanto o más precisos que las movilizaciones. Éstas son de unos pocos miles o cientos de afectados; si no logran agrupar un mínimo de gente, descorazonan; a la larga, cansan. El día en que se logre que sintiendo la exigencia moral y social promovida por el sector consciente, la masa silenciosa y la viejecita del rellano también se indignen, nadie podrá parar la ola. Venga pues, manos a la obra.

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