HOMENAJE A GERARD MALGAT (Sus “Cronicas de un confinamiento”)

El amigo e historiador especialista en Max Aub, Gilberto Bosques y André Malraux, que falleció el pasado día 5, escribió una serie de Chroniques d’un confinement coronarural, que mandabada por correo electrónico durante la primavera del 2020 a sus amigos. Me he permitido recogerlas en esta entrada, a título de homenaje a tan generoso, honesto y entrañable personaje. Podréis encontrar la versión original francesa en la web de las Amitiés Internationales André Malraux.

 

Martes, 7 de marzo de 2020

Esta mañana, descorriendo la cortina de la puerta que da al jardín, veo un ciervo hurgando entre mis acelgas. Está intentando solucionar el problema que le plantea la malla protectora que le instalé hace unos días, porque ya ha visitado mi huerta y se ha comido algunas hojas de mi hilera de acelgas. Ellas estaban en gran forma en este invierno demasiado suave hasta que las visitó este ciervo. Salgo y me acerco a él para advertirle que a partir de las 12 horas tendrá que presentar un certificado de viaje derogatorio siguiendo las medidas anunciadas por el presidente. No está interesado y salta al fondo del jardín, que linda con la cantera del Lagon Bleu.

Apenas entro a la panadería, Didier el panadero me entrega un papel para advertirme que esta tarde tendré que caminar los 200 metros que separan la casa de su tienda, provisto del formulario que traté de comunicarle al venado, bajo pena de una multa de 38 o incluso 135 euros. Me digo a mí mismo que amenazaré al ciervo con una sanción similar en caso de reincidencia.

Imbuido de un sentido cívico que quiere estar a la altura de las circunstancias, salgo al jardín para explicarles a los gorriones que deben respetar una distancia de un metro entre ellos para no contaminarse. Mis recomendaciones les importan un carajo, demasiado ocupados parloteando sin preocuparse por los cruces de sus postillones y armando su nido bajo una de las vigas que sobresalen del techo.

Lo mismo sucede con la gata de los vecinos, que se tomó la libertad de venir a hacer sus necesidades en los arriates de flores finísimas que preparé ayer para la siembra de primavera. Diciéndole que la multa se complementará con una patada en el culo si lo atrapo en delito flagrante.

Continuará, quizás…
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<u>Jueves, 19 de marzo.</u>

Quemado por las travesuras y el nerviosismo de <em>Sieur Gourmet</em>, el intrépido ciervo, decidí aplicar localmente, con seriedad y determinación, el refuerzo de la vigilancia de desplazamientos. Contraté temporalmente a un guardia de seguridad, generalmente empleado en los servicios de seguridad de la región de Bourbonnais/Beaujolais/Côtes-du-Rhône. Desde ayer por la tarde está apostado en el lugar más estratégico de la zona: al final de mi hilera de acelgas.

Un corresponsal especial de La Montagne pudo obtener la exención de viaje necesaria y vino a investigar in situ para atestiguar la eficacia del excepcional sistema implantado. Me pidió permiso para tomar fotos, admitiendo, en respuesta a mis comentarios sobre el interés de este periódico, que si este tiene cien años es porque publica ejemplares donde la foto ocupa las tres cuartas partes de la página y ha reducido la parte escrita a dos o tres banalidades pactadas. Le di mi consentimiento para estas tomas pidiéndole una copia, pero cortésmente me negué a suscribirme a esta hoja de col, prefiriendo las de mi jardín. En exclusiva para vosotros, una de sus fotos se reproduce al final de la crónica.

Esta medida disuasoria parece producir algunos efectos porque desde ayer no veo al descarado venado y, además, entre las hileras de zanahorias recién sembradas, noto menos pirámides de topos buscadores y rastros de ratones de campo entrometidos. En cuanto a las hileras de cebollas, han roto la formación y se han esparcido por una parte del campo, argumentando que ellas respetaban la medida imponiendo una distancia de un metro entre cada una de ellas.

Continuará, quizás…

Miércoles, 25 de marzo.

Reaccionando a mi columna 1, el vecino de mi pueblo, Bernard Delallier, un gran y fiel amigo desde hace más de medio siglo, – desde esa época en que todo era normal para nosotros – me escribe que “este virus hace realidad el viejo sueño del 68 de frenar el delirio de la sociedad y empezar a pensar”.

Su comentario despierta en mí el deseo de hurgar entre los montones de periódicos y revistas de esos años setenta: Hara-Kiri, Charlie-Hebdo, La gueule Ouvert, Politis, Actuel… que he conservado en buen estado a pesar de mis peregrinaciones geo-ecológico-pedagógicas. Almacenados en un granero, para llegar a ellos tengo que mover un montón de papeles que acabo de repatriar de mi antigua madriguera. Un cuaderno de espiral azul se desliza de la pila y cae a mis pies. Lo cojo y lo hojeo: ¡sorpresa y asombro! (no confundir con “estupor y temblor”, ya editado y sujeto a derechos de autor): se trata de un diario que escribí desde agosto de 1977 hasta agosto de 1978, tiempo durante el cual estuve viviendo en una comunidad para montar una finca en policultivo-ganadero biodinámico en Brières-les Scellés, en el sur de Essonne.

Heme aquí irresistiblemente atrapado en la lectura de este diario, que había olvidado por completo, esta otra y lejana crónica de un viaje al PUR –país de la utopía rústica– escrita hace mucho tiempo. País al que me había adherido con entusiasmo, por el que durante dos años sudé y trabajé, segué y amontoné, cavé y aré, ordeñé y batí leche, tamicé y curtí (las palabras que se deslizan por las páginas de este diario despiertan mi memoria de los trabajos de entonces), desherbé y jodí (un remolque, por calcular mal la entrada al corral con un tractor) … Pero también canté y bailé, reí a pleno pulmón y celebré el paso de numerosos amigos, curiosos por ver la utopía de los compinches en acción. Crónica sobria y minuciosa del trabajo diario, de nuestras preocupaciones –la mala calidad del queso, los partos difíciles, las heladas y la lluvia…– y de nuestra organización colectiva con la aportación de todas las fuerzas disponibles.

Desde su puesto de guardia, el Gran Duque de Borbón me observa, intentando comprender mi súbita inmovilidad introspectiva, preguntándose qué podría estar hojeando con tanta concentración. Encuentra estos días demasiado tranquilos, sobre todo porque Sieur Gourmet no ha vuelto a hojear las acelgas, probablemente desalentado por el refuerzo de las medidas de protección. No pensó que sería requerido para estar de plantón.

Jueves, 2 de abril.

El boletín diario de Météo France a finales de la semana pasada me advirtió del regreso de fuertes heladas matinales, así que decidí extender las medidas de confinamiento a mi ciruelo mirabelle para preservar su suntuosa floración. Para lograr mis objetivos (y a mis futuras hambres de deliciosas ciruelas Mirabelle) monté una cabaña bourbonnaise con velos protectores. Los primeros días todo fue bien: incluso descubrí con placer que había inventado una campana de olor, una sauna de perfume, porque cada vez que me deslizo debajo de la cabaña respiro con avidez la fragancia de las flores del ciruelo mirabelle.

Pero desde hace tres días las cosas se tuercen con la llegada del viento gélido e implacable que sopla del este. Mi cobijo comenzó a mecerse y a mostrar una protuberancia incongruente e inquietante, como un velero decidido a zarpar para cruzar los amplios espacios abiertos de la arboleda y llegar a la costa atlántica.

Armado con ramas de avellanos y pinzas para la ropa, refuerzo constantemente los lazos de la cubierta. Me gustaría señalar que utilizo alicates “made in Cosne d’Allier“, en aplicación de las medidas de reubicación de emergencia defendidas por nuestro presidente: vea la foto a continuación que indica la dirección de correo electrónico donde enviar sus pedidos por Internet para favorecer el secado y secado local.

Viéndome desbordado por esta lucha contra Eolo, los comensales de la mesa en el jardín aprovecharon la oportunidad para reunirse, en flagrante violación de las prohibiciones de reunión en vigor. Cuando se dan cuenta de que he percibido su infracción y de que capturo una prueba de ello en una fotografía, se dispersan instantáneamente para esconderse en su refugio. ¿Qué se dijeron el uno al otro? ¿Aprobaron una moción para ser incluidos en la lista de especies en peligro de extinción de la Fundación WWF? ¿Han decidido, considerando favorable el contexto, apoyar la campaña de la presidenta, Isabelle Autissier, que en la radio nos anima a designar a WWF como legatario en nuestro testamento?

Observo con alivio que ningún topo participó en esta reunión clandestina… Porque si hay bichos que no estén en peligro de extinción, estos son los topos: me veo en la obligación de aplazar la siembra de las patatas que tenía programada esta tarde porque al elegir ellos la parcela prevista como zona de juegos. Y cuando no están jugando en el jardín, sus oídos están pegados a los canales de noticias continuas. Un consuelo: su presencia asidua demuestra que la tierra de mi huerta está muy viva y rica en lombrices, mis aliadas de la jardinería.

Continuará, quizás…

Viernes, 10 de abril.

No, no os preocupéis, no llaméis al SAMU, ni a la unidad de escucha y apoyo psicológico de la COVID-19… No estoy en crisis depresiva y no he decidido cometer un acto fatal… Esta foto muestra el objeto de mi acaparamiento y no de mi entierro. Y revela la causa del retraso en el envío de esta columna: estoy trabajando para crear un estanque en medio de la huerta para recoger el agua de lluvia del techo de la casa.

La región de Bourbonnais/Beaujolais/Côtes-du-Rhône está ya calurosa y sedienta: no ha caído una gota de agua en más de tres semanas y no se prevén lluvias para la próxima quincena. Zeus parece decididamente menos motivado que Eolo. Pero no se trata de abdicar, de aceptar la falta de agua, porque quiero, como en años anteriores, poder regar las tomateras de Lucien.

Mi amigo Lucien/Luciano llegó a Francia, a la estación de Latour-de-Carol, el 29 de enero de 1939 con su hermana pequeña Palmira y otros setecientos niños españoles evacuados de España donde habían estado refugiados en centros para protegerlos de los bombardeos. Luego, Lucien y su hermana fueron enviados a varios refugios en Orne, luego a Ile de Ré, luego a La Tremblade-Les Mathes, en un siniestro campo de internamiento, antes de poder encontrar a sus padres en Gironda, en Puymirol, más de tres años después de haber sido separado de ellos.

Más de 80 años después de sufrir estas pruebas, después de sufrir la guerra y el exilio, Lucien sigue cultivando un huerto. Sembró semillas de tomate el 5 de abril, las cuidará durante cinco semanas y justo después de los saints de glace (11-13 de mayo) nos llamará a los amigos de la asociación local de republicanos españoles, para invitarnos a recogerlas. Fabiola, Béatrice, los amigos que han hecho escala en Louroux durante los últimos veranos saben lo deliciosos que son los tomates de Lucien, que él llama “tomates de Valencia”.

Pero ¿seré capaz de salir de mi refugio para conseguirlos? Día tras día, la naturaleza aprovecha mi encierro para rodear la casa: los escalones de la puerta principal son invadidos por las amapolas de California que exhiben orgullosas su luminosa alegría; La viña virgen empieza a rodear la casa y ya no puedo abrir la puerta que da al jardín, sellada por fuertes ramas:

Los cerezos, majestuosos y solidarios con esta movilización general de todas las plantas, extienden sus brazos floridos en las azures, magníficas y silenciosas presencias, o tal vez gestos de alerta con los que nos interpelan.

“¿Serás capaz de encontrar los caminos de la razón y salvar los árboles frutales y la vida silvestre, los bosques y los océanos, serás capaz de preservar la biodiversidad de la naturaleza?”

Durante las últimas semanas, los discursos de quienes nos gobiernan se han teñido de humanismo, imbuidos de una lucidez repentina. Dicen asumir el cierre de la economía para salvar nuestras vidas, se declaran a favor de la revitalización de los servicios públicos, deslocalizaciones e incluso renacionalizaciones. Pero en el fondo de estas hermosas declaraciones de intenciones, las bolsas siguen operando como si nada, como si el coronavirus, la pandemia actual, no pudiera amenazar en lo fundamental al venerado CAC 40 y sus templos sagrados en los que se cultivan estos otros virus, también muy mortales: la especulación financiera y el lucro a toda costa.

Continuará, quizás…

Sábado, 18 abril

Entre los comentarios recibidos a raíz de estas crónicas –próximamente serán objeto de una crónica especial, enviada sin modificación del precio de suscripción–, varios declaran que las leen como episodios de una fábula y se preguntan por la moraleja que seguirá. Es prematuro revelarlo, sobre todo porque un nuevo evento ocurrió el martes 14 de abril.

El día anterior, cediendo al deseo de probar la fiabilidad de mi hazaña acuática, había puesto agua en el estanque abriendo un grifo; el cielo, sin rastro de la más mínima nube, ni visible ni anunciada, excluía cualquier recurso futuro a su generosidad. Inauguración coronada de éxitos, también de reflejos porque los cerezos inmediatamente la usaron como espejo para comprobar la belleza de su blanco y ligero aspecto.

El martes por la mañana, al abrir la cortina de la sala, veo una forma inmóvil posada en el borde del estanque. Entonces recuerdo los comentarios recientes de mis vecinos Claudine y Yasuji sobre las visitas regulares de una garza en su estanque, en el que habían soltado algunos peces. Lo compruebo con mis propios ojos: en efecto es ella, inmóvil, algo molesta al contemplar una superficie de agua perfectamente clara pero completamente vacío, sin el más mínimo bicho que llevarse al pico. Corro a buscar mi cámara para capturar esta visita inaugural y tengo el tiempo justo para tomar una foto antes de que se vaya volando, probablemente por haberme visto.

No pudiendo esperar recibir otras visitas a un charco tan minúsculo, y muy afectado por la decisión de nuestro presidente de prolongar el confinamiento hasta el 11 de mayo, reconozco atravesar momentos difíciles. Permanezco apostado durante largas horas sobre el estanque para observar los primeros escarabajos buceadores que lo pueblan, todos ocupados en incansables idas y venidas para abastecerse de oxígeno en la superficie antes de sumergirse nuevamente. Me embriago con bebidas alcohólicas fuertes, me aturdo mascando plantas alucinógenas presentes en abundancia en los valles del HautBocage Bourbonnais:

Tanto más en cuanto decididamente la lista de comensales ladronzuelos sigue creciendo: al ciervo, por cierto invisible durante algún tiempo, a los topos que hurgan en los cajones de mi jardín, a los ratones de campo que perturban las plántulas, a los mirlos que roban pequeños guisantes, ahora tengo que agregar la garza secuestradora. Porque, sin duda, esta pronto se interesará mucho por el pez rojo que, para salir de mi letargo etílico, fui a buscar en las cercanías para invitarlo a hacer pompas en la pileta. ¿Tendré que vigilar día tras noche para preservar las posibilidades de supervivencia de mi nuevo residente?

Esto es un pez rojo (según Magritte)

Continuará, quizás…

Domingo, 26 de abril.

Habiendo decidido nuestro presidente que el 11 de mayo será el día nacional del desconfinamiento, empiezo a prepararme para volver a la civilización y bajar a Montluçon, una enorme y bulliciosa megalópolis, corazón palpitante y dinámico del Bourbonnais/Beaujolais/Côte du Rhône. Para los que no estáis muy seguros de poder localizar esta capital, os adjunto algunas indicaciones:

Es posible que no estén completamente actualizados porque el diccionario que consulté, el Larousse que me dieron en junio de 1965 con mi certificado de finalización de la escuela primaria, se quedó dormido tan pronto como lo cerré, sin inquietudes de actualización.

Ayer, pues, estaba absorto en esta preparación para una vuelta a lo anormal, tratando de adquirir el vocabulario que desde hace varias semanas se difunde por todos los medios, orales, portátiles e insoportables – tracking, contact tracing, aplicación StopCovid, inmunidad GG… –, para el caso de que esta terminología se convierta en conocimiento obligatorio y sea objeto de controles de nivel por parte de brigadas móviles. En pleno intento de asimilación, noté una caída brusca de la luminosidad, no la mía sino la de la habitación. Enormes nubes negras invadieron el cielo, empujadas por un viento caliente y pegajoso. Júpiter comenzó a retumbar y a dejar caer escuadrones de grandes granizos como la apertura de un concierto para un sexteto -no de cuerda sino de granizo-, para tres ventanas y tres tragaluces. El jardín se cubrió rápidamente con un manto de cuentas blancas, mientras el canalón de recuperación de agua tragaba cascadas de granizo que iban a arrojarse con furia en medio del estanque:

Este no pedía tanto y, como un fiordo patagónico, empezó a hacer sus necesidades esparciendo su desbordamiento en medio de los fresales que a la vez eran sistemáticamente guillotinados por este diluvio celestial.

Cuando por fin se calmó, me puse los zuecos y fui a ver el terrible sabotaje a mi devoción por la horticultura. ¡Visión angustiosa!

Lento y abatido, compuse el menú de mi cena: espinacas picadas, puré de acelgas, hojas de guisantes ralladas y tallos de patata hervida.

Esta mañana sigo en estado de shock, me cuesta mucho volver al teletrabajo y terminar esta columna. Sobre todo porque un nuevo informe de los ultrajes sufridos aumenta mi consternación: las cerezas yacen a los pies de los fresales, mientras que las fresas yacen a los pies de los guisantes. ¿Tenemos que lidiar solamente con el cambio climático o son estos los primeros síntomas en la huerta de una mutación biológica? La tarea del jardinero definitivamente se volverá muy complicada:

Me siento traicionado por Júpiter y la mostaza se me sube a la cabeza. Ya me estoy mosqueando. No queriendo dejar brotar la ira innecesariamente, decido tomar un cierto distanciamiento del frasco, pero cuál es mi sorpresa cuando leo la etiqueta que indica su origen. Necesito asegurarme, así que vuelvo al diccionario para comprobar que Dijon no se encuentra en la misma provincia que Wuhan, lo que autorizaría las suposiciones más alarmistas sobre la verdadera composición y el proceso de fabricación de su famosa mostaza.

Al momento de poner los puntos suspensivos a esta octava crónica, el pronóstico del tiempo local anuncia riesgos de tormentas eléctricas con granizo para la tarde del martes. La tierra está llena de magulladuras cuando azota la tormenta, diría quizás hoy Aragón. (Ver fe de erratas al final)

Continuará, quizás…

 

Sábado, 9 de mayo.

Durante horas, durante días, quedé postrado, desplomado en mi tumbona, perdido en las brumas del abatimiento, sometido por el calvario, de espaldas al jardín para no ver las consecuencias de este fatídico enfado celestial del 25 de abril:

Pero de todas partes han llegado vuestros mensajes de solidaridad, cálidos, fraternos, generando una gran ola de emociones tanto en tierra como en el estanque. Vi a las patatas recuperar el equilibrio, alimentadas por esta multitud de cartas, telegramas, correos y cables que llegaban de todas partes del mundo. Vi las fresas sonrojarse de la emoción y los guisantes crecer, recuperando su gusto por las mejillas redondeadas.

Habéis formado un magnífico y estimulante comité de apoyo que me ha permitido salir de mi letargo y retomar mi rastrill

 

o de contención. Gracias a vosotros, el jardín ha recuperado los colores, los olores y el vigor. ¡Gracias!

También es cierto que unos días antes de ese fatídico 25 de abril, Annie y André me dieron un número de trago para llamar y tomar una bebida protectora y tonificante que, lo reconozco, me ayudó a recuperarme:

Fe de erratas de la columna anterior: me inspiré en un verso que le atribuí a Aragón, mientras que “la tierra es azul como una naranja” es de Paul Éluard. ¡Gracias Regina!

(Traducción y compaginación: A. Cisteró)

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