¿VOLVEMOS A LAS ANDADAS?

La memoria histórica, además de reivindicar el honor de unos y los delitos de los otros, tarea justa y necesaria, ha de mirar hacia este futuro que cada vez se parece más al pasado.

El jueves, en Banda Ampla (TV3), hubo un emotivo programa sobre la memoria histórica. Una gran mayoría estaba a favor de juzgar los crímenes contra la humanidad cometidos por el franquismo. Alguien (como el historiador Daniel Arasa, por ejemplo) hablaba de olvidar y de mirar hacia el futuro. Pero es precisamente para tener un futuro más nítido que es preciso poner el mayor énfasis (estudios históricos, divulgación, contexto jurídico…) en la memoria.

La memoria es el almacén donde guardamos lo adquirido por el aprendizaje, por la experiencia propia o vicaria o por otras vías. Y sirve para ser utilizada cuando EN EL FUTURO se afronta una situación parecida. La memoria sirve para reconocer previamente el obstáculo y así no volver a tropezar con él.

El conocimiento y la revisión judicial de los crímenes cometidos aquí en los años 30 y 40 del siglo pasado, y aún más las causas y los instigadores que los hicieron posibles, nos pueden ser imprescindibles en el futuro. Se ha de buscar en los recodos de la memoria para evitar caer en las trampas ya utilizadas por los enemigos de la democracia y de la igualdad entre personas. ¿Puede, hoy en día, surgir una situación con características parecidas a las de aquella época? ¿Cuál era aquel contexto? Veamos algunas características del mismo:

-Una profunda crisis económica, iniciada en los Estados Unidos, pero con raíces profundas en la deuda impagable que el tratado de Versalles había impuesto en Europa después de la I Guerra Mundial, en especial a Alemania.

-Agravamiento de la crisis por la situación del proletariado y de los trabajadores del campo. Ante sus quejas, se encontraban sólo con la intransigencia de las clases altas –terratenientes y empresarios -, reforzada por la violencia de las fuerzas del orden y bendecida por una todopoderosa Iglesia.

-Un primer intento posibilista llegado con la II República –reforma agraria, extensión educativa-, para intentar acercar el país a los estándares europeos al uso, y que contó con un boicot sistemático de las estructuras políticas de la derecha, de las económicas y las eclesiásticas, que negaron el pan y la sal a la nueva estructura, dinamitando cualquier trámite parlamentario.

-Incapaz de afrontar la crisis, el gobierno de izquierda moderada fue substituido por uno de derechas que se apresuró a desmantelar las pocas reformas apenas iniciadas.

-el diálogo se fue haciendo cada vez más difícil, por la arrogancia prepotente de la derecha y el tactismo y el personalismo de las diferentes opciones de izquierdas. La situación se fue radicaliando hasta el punto de llegar a la convicción de que ningún compromiso sería posible y que sólo la aniquilación física, social y moral de la otra parte permitiría afrontar el futuro. Franco lo declaró así desde el principio de la guerra.

-Ganó el fascismo gracias a la ayuda de sus homólogos europeos y mantuvo una actitud aniquiladora durante décadas. Esta actividad criminal es la que ahora se quería juzgar; el freno impuesto demuestra que aún están vivas no sólo las heridas sino también las consignas.

¿Y hoy? Pues hoy nos encontramos ante una crisis que parece no tener fin, surgida de los Estados Unidos y agravada por la mediocridad y la falta de ética europea. Ante esto, los afectados se encuentran ante un poder absoluto, adornado por sonrisas despectivas (la reforma laboral fue anunciada con lágrimas en Italia, y con sonrisas victoriosas en España), y el kafkiano sentimiento de que la connivencia entre el poder político y el económico, con una creciente impunidad ante la corrupción, no deja resquicio para la convivencia. El diálogo parece cada vez más impracticable.

Cuando se desprecia al “otro” y se le cierran las puertas a compromisos mínimamente decentes, las posiciones se van radicalizando. Y a falta de palabras, se termina por coger un garrote. Los garrotes de los años 30 y 40 causaron millares y millares de muertos e injusticias, hoy aún no reparadas. Pero la historia ha de servir para mucho más que para el reconocimiento de estos hechos, de pura justicia. Ha de servir también para poner en evidencia a los que repiten los mismos tics prepotentes, clasistas e injustos.

Sí. La historia es memoria y hoy las dos son imprescindibles para no ir a peor, para no volver a caer en la radicalización que los sucesores de aquellas derechas obtusas intentan de nuevo.

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