DON MANUEL Y DON LUIS

Sigo con entradas referentes a Manuel Azaña, debido al interés que despertó la primera, publicada en el 80 aniversario de su fallecimiento. Ahora, quiero recordar la relación del presidente con el embajador de México, Luis I. Rodríguez, persona íntegra y de gran ayuda para el exilio español, junto con su cónsul en Marsella, Gilberto Bosques.

AZAÑA Y LA BANDERA MÉXICANA

Me cuenta MI amigo José Luís Morro, gran experto en el exilio, que al conocer el estado terminal del presidente de la II República, don Manuel Azaña, el embajador de México ordenó al cónsul de Marsella, don Gilberto Bosques, que llevara a Montauban la bandera mexicana.

Ante las autoridades francesas que habían denegado el permiso para cubrir el féretro con la bandera republicana, miedosas ante la presencia del embajador español José Félix de Lequerica, cuya intención era llevar al enfermo a España, como ya había hecho con Companys, Rodríguez pronunció sus célebres palabras: “Está bien. Lo cubrirá la bandera de México; para nosotros será un privilegio; para los republicanos, una esperanza; y para ustedes una dolorosa lección”[1]

Además de ser huésped de México en el Hotel du Midi, como vimos en la entrega anterior, don Manuel Azaña tenía el derecho de ser enterrado con la bandera de México porque anteriormente, el gobierno Cárdenas le había reconocido con la Orden Azteca, que daba cobertura legal a tal privilegio.

Pero la historia no termina aquí, pasaron los años, y la bandera llevada por Bosques, que había acompañado al presidente de la II República hasta el cementerio de Montauban, fue guardada por el embajador, Luis Ignacio Rodríguez, hasta que a su fallecimiento, en 1973, fue también la que cubrió su féretro.

Una bandera que cierra un círculo de honor y amistad, de reconocimiento a unos hombres que supieron mantenerse erguidos frente a los terribles avatares de la historia. Sirva una última cita del embajador citado, como elemento de comparación con otras circunstancias de hoy en día. Nos cuenta Luis I. Rodriguez en su diario[2], en el fragmento que nos cuenta su encuentro con Azaña, en agosto de 1940, ya en Montauban. Durante el mismo, intentó persuadirle que se refugiara en Suiza, ofreciéndole la ayuda de su gobierno para tal desplazamiento. Dice:

No puede persuadirlo. La suerte de Cipriano Rivas-Cherif y sus familiares le ha ocasionado más daño que todas las tragedias de su vida. Su recuerdo lo atormenta sin cesar y lo amarra en Montauban, como si pensara poder servirlos así con mayor eficacia. La idea de alejarse hasta Suiza lo hace temblar sintiendo que su permanencia en Francia salvará de la muerte a su cuñado y de la prisión a sus parientes.

-Aquí puedo servirles de rehén, mientras que en un país neutral y el calidad de prófugo, agravaría su condición, dice con firmeza como el mejor de sus argumentos para resistir la tormenta que se abate sobre él.

Nobleza de un presidente que no deberíamos olvidar.

 

[1] MORALES OYARBIDE, César. El entierro mexicano de Manuel Azaña. En Nueva Tribuna, lunes 16.11.2020.

https://www.nuevatribuna.es/articulo/america-latina/el-entierro-mexicano-de-manuel-azana/20130713140426094704.html

[2] FABELA, Isidro y RODRIGUEZ, Luis I. Diplomáticos de Cárdenas. Una trinchera mexicana en la Guerra Civil (1936-1940). Madrid, Trama editorial. 2007. Pág. 125.

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