20N Y MEMORIA HISTORICA

La necesidad de la memoria tiene su máxima relevancia en el periodo de consolidación de la democracia, que es en el que estamos. En un ambiente proclive al amiguismo, a los aparatos monolíticos, a la demagogia fácilmente digerida, con una Constitución hecha cuando el franquismo aún se sentía fuerte y una ley electoral que sostiene un bipartidismo viciado, no podemos decir que tengamos la democracia por la que tanto se luchó no hace tanto.

La memoria histórica es importante para los pueblos. A pesar de la tarea de “jibarización” que, muy sibilinamente lleva a cabo nuestra vicepresidenta, es un hecho que los pueblos necesitan los referentes históricos tanto para avanzar desde una perspectiva coherente como, y principalmente, para evitar caer en los errores del pasado. Dice Nancy Bermeo (Comparative Politics. 1992. 24.3. pág. 273) que “el aprendizaje político es el proceso mediante el cual la gente modifica sus creencias y estrategias políticas como resultado de la crisis…” De otro modo, la falta de memoria (base del aprendizaje), manteniendo las mismas posturas y creencias (o sea, el voto), hará que se vuelva a tropezar con la misma piedra. A pesar del dicho de que “al pasado, olvido”, no podemos olvidar cuáles fueron las posturas y los actos delante de hechos que ahora se seguirán repitiendo (crisis), de quienes los gestionaban y pretenden seguir gestionándolos.

Cuándo se habla de memoria histórica, dadas las graves injusticias acaecidas, todo el mundo piensa prioritariamente en los hechos que rodean la guerra civil y el franquismo. Pero la historia es muy larga y podemos sacar enseñanzas  tanto de hechos mucho más antiguos (como por ejemplo la relación inversa entre concesiones comerciales por parte de España y las reivindicaciones autonomistas del siglo XIX) como de los mucho más recientes, que son los que quiero comentar.

Podría mencionar, entre otros, los hechos, ya históricos, de los gobiernos de Pujol o del tripartito. Pero si nos acercamos aún un poco más, es preciso mirarnos las heridas aún abiertas que han causado los recortes privatizadores del gobierno actual de Catalunya, llevados a cabo con arrogancia y desprecio hacia el ciudadano que no alcanza cierto poder adquisitivo, y qué, apoyándose en la debilidad de un socialismo aturdido, hace cada vez más grande la distancia entre una élite adicta y un pueblo que lucha por sobrevivir y, cosa cada vez más difícil, mantener la dignidad.

Con la ayuda de poderosos medios de comunicación, algunos de los hechos relevantes de estos últimos meses están pasando rápidamente a ser historia, pero no memoria. Lo demuestran las encuestas que dan un aumento de votos a CiU el próximo 20N. Una bien orquestada campaña para salvar el catalán de tres familias obsesas, ha arrinconado en el baúl de los trastos los pactos con los declarados enemigos de la misma lengua y de una verdadera y justa autonomía; el descarado favoritismo a escuelas y clínicas privadas; las mentiras sobre expedientes académicos; la arrogancia de los que se creen los mejores y desprecian a los que no han triunfado como ellos… Ni tan sólo se habla ya de Millet y compañía, mejor dicho, compañías.

Dado que entre lo que se dice en las campañas y lo que se hace después hay una gran distancia y mayores excusas, sería conveniente que la elección de la opción a votar tuviera como una de sus bases de juicio la memoria histórica, la más reciente. Aunque aún encontraríamos entre los tics políticos actuales algunos dignos de la CEDA y del franquismo más rancio.

Hoy en día, nos encontramos en un laberinto inédito, desconocido y de alcance mundial, que necesita de nuevas estructuras sociales que superen las actuales, desde hace tiempo podridas por la ambición y la macrocefalia económica. Y los laberintos precisan intuición y memoria. Cuando nos encontramos en una encrucijada, recorremos a la memoria, por si en ella tenemos guardado el recuerdo del camino erróneo y así no cogerlo de nuevo. Después empleamos la intuición (que precisa tener libertad de elección), y optamos por el camino que consideramos que puede sacarnos del atolladero.

El próximo 20N avivemos la memoria, no caigamos en trampas zafias. Y hagamos servir la intuición. El resultado difícilmente podrá ser peor que el que ahora vivimos.

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