VERSALLES O LA QUESERA

¿Estamos a las puertas de una revolución? ¡No nos asustemos! Una revolución no es en sí misma ni buena ni mala, por no ser no es ni tan sólo violenta por definición. Se trata simplemente de dirigir la evolución hacia un camino no previsto, no incluido en los parámetros de las estructuras de poder existentes; de re-evolucionar.

Quisiera contradecir la corriente de opinión que, ante la debacle económica, se sumerge en las experiencias del crac del 29. Lo que estamos viviendo no es una enfermedad de la que, con esfuerzo y sufrimiento, nos podamos recuperar; es la irreversible agonía de un sistema que se pudre por dentro.

Todos los ciclos históricos tienen su proceso, y los hechos de 1929 fueron una subida de fiebre que ya indicaba las secuelas de la mala vida que llevaba el mundo occidental. Era un aviso que no se quiso escuchar. Y, como ahora, a un enfermo empachado, se le dio doble ración del caldo del consumo. ¡Engulle para seguir viviendo! Se le decía, empujándole a la degradación y a la muerte.

Ahora con la fiebre irreversible de la ambición sin control, el enfermo está agonizando; no puede cambiar, todos los pasos le llevan a la autodestrucción. Es preciso, pues, cambiar el sentido de la evolución, o sea, una revolución.

No es lo mismo una revuelta que una revolución; la primera puede ser más violenta que la segunda, pero sólo la segunda queda, dijo alguien. Ello me lleva a pensar en que dónde debiéramos buscar los antecedentes es en 1789, y no en 1929. El final de un sistema, el Ancien Régime, que daba paso a uno de nuevo que sus protagonistas, el racionalismo, la burguesía y la base industrial de la riqueza, no podían sospechar. El 14 de julio de 1789 estalló la revuelta, incluso podemos decir que dura una décadas, hasta consolidar una revolución que se había empezado a gestar mucho antes. Y sucedió así porque había un soporte –la Ilustración, para recoger a los que iban saltando del vagón que llevaban a estrellarse.

Pero no siempre sucede igual. La caída del Imperio Romano desembocó en la oscura Edad Media porque no había una base social ni intelectual que tomara el relevo, que indicara un camino alternativo a la debacle. ¿Cuál es el destino en la situación actual? ¿Un cambio de paradigma, un rompimiento de la evolución que no nos conduce a ninguna parte? O bien a una nueva Edad Media, como afirma Antonio Baños en su interesante libro Posteconomía, que os recomiendo.

A finales del S.XVIII existía una burbuja como la actual. No me refiero a la inmobiliaria, sino a la bola de cristal que, como una quesera estanca, acoge a políticos, banqueros, ejecutivos, eclesiásticos, deportistas, jueces y piojos resucitados de diverso pelaje, a gente guapa que se adulan y apuñalan entre ellos, al igual que en la Corte de Versalles. Incluso coincide el descrédito de la monarquía como institución; su rey también era cazador. Todos encerrados en una burbuja de atmósfera elitista y clientelar, que les cegaba la visión de las miserias cotidianas y en aumento de la gente corriente. Y un día cualquiera, por azar, sucede un hecho como cualquier otro, unos centenares de hombres buscando armas para defender la ciudad van a la Bastilla…, y todo estalla. La revuelta abre la puerta a la revolución. Por cierto que el mismo día, Luís XVI escribe en su diario: 14.7.1789: “Rien

Quizá no ahora; quizá nunca o quizá mañana, una pequeña chispa (provocaciones no faltan), puede engendrar una revuelta. ¿Podrá ésta cambiar el curso de las aguas pútridas de la historia? ¿Existen los elementos necesarios para hacer cristalizar una revolución? No hay respuesta fácil. Ante los pocos intelectuales (sí, pocos, nunca suficientes) con visión crítica, ante los contados (sí, contados en el momento de la acción eficaz, incluso en el de la agrupación folklórica) indignados que pudieran ser el germen de dicho cambio, existe la multitud de los vencidos, de las víctimas silentes del más duro expolio social de las últimas décadas. Ellos también se podrán sumar a los primeros, la nueva Enciclopedia, la nueva Bastilla,  y corregir el rumbo de la historia, logrando una nueva correlación de fuerzas, hoy ignota; o, al contrario, entrar en una nueva, larga y oscura Edad Media.

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