PIRÓMANOS TELEVISIVOS

Mira por dónde, el líder de un partido que está haciendo un gran esfuerzo en “jibarizar” el Memorial Democrátic, me impele a hablar una vez más de la memoria histórica. Una seguidora suya, desde la vicepresidencia de la Generalitat, dijo que teníamos que poner en el mismo nivel a las víctimas de los dos bandos de la guerra civil. De acuerdo. A las víctimas quizás sí. ¿Pero qué hay de los verdugos, y, aún más, de los instigadores? Si murieron fue porqué tiempo atrás había habido los que habían sembrado el odio, el maniqueísmo y la exclusión; quien había optado por utilizar la creación de enemigos como útil para dibujar su propia personalidad difusa. Y de estos nunca se habla.

Dejemos descansar a las víctimas. Hagamos elipsis de los verdugos, hoy en día el origen de las dificultades para avanzar en temas de memoria. Hablemos un momento de los instigadores. Y también, por qué no, de los sponsors. Todas las guerras son una explosión de una situación que se ha ido gestando durante los años precedentes. A veces de forma amplia: con leyes injustas, represiones, exclusiones,  o sea, mediante la tarea de los ejecutores. Pero la clave del problema radica en los que, entre ellos, han sido imbuidos de la certeza de actuar por fidelidad a una ideología, tarea de unas personas que después nunca aparecen, que después no son castigadas, ni tan sólo repudiadas.

En los “memoriales” se habla de las víctimas (de políticos conocidos hasta gente humilde y anónima); a veces, se habla de los verdugos (de Franco a Millán Astray; y también de las patrullas incontroladas o de los falangistas enloquecidos); pero, ¿por qué no se habla de los que, mediante una lluvia fina pero penetrante de artículos, actitudes y declaraciones, fueron penetrando en la mente de los que después matarían con crueldad? Mi teoría es que si no se habla de ellos es porque esta práctica está aún vigente, a pesar de que, por suerte, de momento no llegan a generar la violencia suficiente para inducir a coger las armas. Si tengo tiempo, me gustará hacer el seguimiento entre las declaraciones del cardenal Gomá (el de la cruzada), hasta Rouco Varela e Intereconomía; de las de Gil Robles o los prohombres de la LLiga, hasta Durán Lleida. Ha habido siempre estos grupos de influencia, a veces han hecho daño y a veces han resultado ridículos. Pero siempre han representado un mal uso de su lugar preponderante en la sociedad, desde el que son escuchados a menudo sin el suficiente espíritu crítico. Hablan ex cátedra.

No me paro ahora en los sponsors, tema que daría mucho juego. El hecho es que también hay un hilo conductor, quizá aún más claro que el ideológico y más, mucho más, escondido a los ojos de la opinión pública. Pero esto es tema de otro artículo. Si antes había los March o Cambó, de los que fácilmente seguiríamos hoy el rastro, ahora, con unos cuantos Millet bien situados, no es el dinero privado sino el público el que sostiene la demagogia.

Volviendo a los instigadores, lo necesario sería cercenar el eco que se da a estos bocazas intencionados. Hay mucha gente, posiblemente la mayoría, para los que el tema político, el de las libertades individuales y sociales, el de la democracia, tiene sólo un pequeño  hueco en su azarosa y ahogada vida. Sólo se tiene espacio para atender una o dos sentencias. Y las que más eco tienen son las de estos demagogos que siembran tempestades, sembradas y multiplicadas por los medios de comunicación. Y por lo tanto las que más probabilidades tienen de quedar en el consciente y el subconsciente de la mayoría. Y es eso lo que buscan, recogiendo después el voto de la demagogia. No importa que sea también
el caldo de cultivo donde se cueza la exclusión, la división el rencor y, bien aliñado, un fascismo modernizado. No digo que algunos de ellos (Durán por ejemplo) propaguen el fascismo, pero sí que sus declaraciones le hacen a éste un buen servicio a largo plazo. Quizá el primer paso a dar sería no hacerles el menor caso.

Dentro de unos años, la memoria histórica quizá consistirá en recordar los fuegos que avivaron esta gente, analizando los efectos incontrolables que provocaron.

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