NUEVA LEY ELECTORAL -2

La base de todo sistema electoral es el elector. Esta perogrullada no es gratuita, no la digo porqué sí. A veces, alguien se olvida de ello. Los candidatos, por ejemplo. Algunos -como siempre, no todos -, no lo recuerdan porqué desprecian esta figura, sin la cuál ellos no existirían como tales. Programas utópicos, sabiendo a ciencia cierta que no se podrán cumplir: mentiras sobre los rivales y sobre si mismos; frases recurrentes sin ningún fundamento -¡Ay, el típico “ahora más que nunca”- y otras tonterías por el estilo ponen al elector en un dilema difícil de solucionar. Se dice a si mismo: ¿Me toman por imbécil? y se dispone a sospesar las distintas alternativas después de podarlas de toda la carga de falsedad que las recubre.

Éste sería un elector modelo. También los hay, como existen los políticos sensatos o las playas tranquilas. Aunque también se ven casos como los de la Italia política, u otros parajes más cercanos, bañados por el Mediterráneo, con sus playas saturadas de rascacielos, y nos preguntamos: “De verdad han evaluado la veracidad de las afirmaciones de este candidato? ¿Están seguros de su honestidad? ¿Sus propuestas son beneficiosas para el país? si fuera así, si realmente el elector hubiera hecho estas consideraciones, ¿Cómo es posible que haya ganado este candidato?”

Hay una parte de voto que es irracional, lo que hace pensar, y mucho. ¿Son suicidas? ¿Son conscientes de que apostar una y otra vez por una opción basada en el capitalismo especulativo, el amiguismo y el juego sucio puede llevar al país, o a la comunidad autónoma, o al municipio, a situaciones de difícil corrección? ¡No!

Ya en la Roma de los césares, los potentados gozaban de una corte de aduladores, llamada “clientela” formada por la gente que de ellos dependía, no por ser esclavos o empleados, sino porqué el patrón les proporcionaba asistencia jurídica, ayuda económica -con intereses-, o recomendaciones para obtener prebendas y puestos de trabajo, y en contrapartida, el “cliente” apoyaba al “patrón” electoralmente y le acompañaba y le escoltaba por las calles, tanto como señal de prestigio como de protección personal. Lo explica magníficamente Luciano Perelli en su libro: La corruzione politica nell’antica Roma (Rizzoli. Milán. 1994). Añade que los vínculos patrón-cliente eran más fuertes que la ley, ya que la aplicación de ésta estaba fuertemente condicionada por los intereses clientelares. Cicerón va aún más lejos, y clasifica a los clientes en tres categorías: los que iban por la mañana a casa de su patrón para hacer la “salutatio“; los que le acompañaban con la mayor pompa posible al Foro -la “adsectatio“-, y la masa anónima que les rodeaba y suspiraba para convertirse a su vez en clientes de persona tan prestigiosa. Acabo este punto latino con una cita de Salustio (Epistole a Cesare), referente a la pérdida de libertad por parte del pueblo: “Pero cuando apareció el paro y la pobreza llevaba incluso a la pérdida del hogar, empezaron a pedir ayuda. Así, poco a poco, el pueblo, que era dueño de sí mismo y del país, se fue dividiendo y en vez del poder común, cada uno buscó una servidumbre personal“. ¿Os suena? Han pasado más de veinte siglos y parece que lo diga un analista de la actualidad que nos agobia.

 

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