EL CLIENTE Y EL POLÍTICO

limosnas20He participado en el interesante debate sobre Reforma Electoral y Ley Electoral organizado por EL PERIÓDICO. Entre los veinticuatro asistentes hubo coincidencia casi unánime en que un cambio de ley electoral, aunque necesario, no seria la solución al problema: el distanciamiento cada vez mayor de los políticos del día a día de la sociedad a la que tienen el deber de representar.

¿A qué se debe esto? ¿Qué piensa el político cuando mira a través de su burbuja y ve una multitud haciendo gestos airados? Algunos de los participantes en el debate se quejaban de los sueldos, otros de cómo han sido escogidos por el “aparato” –a mi entender, causa de muchos de los desatinos que comento -, y se decía: con el descrédito que están adquiriendo, cómo es que quieren ser políticos, ¡si nadie les hace caso! Y creo que ahí radica el error.  Sí que se les hace caso. Es la propia sociedad quien les ha encumbrado, los ha adulado tanto, que ahora están demasiado lejos para oírnos.

En nuestra casa, y en tantas otras, existe la cultura del “no sufras”, frase que acostumbran a decir los políticos –y otros en puestos clave como empresarios, curas, etc… -,  cuando alguien se dirige a ellos pidiendo favores. No hablo de corrupción –será otro capítulo -, hablo del típico: “oye, que tengo un sobrino que…”, y la respuesta empieza siempre con el “no sufras”. Esta capacidad de agrupar “clientela” (ver mi artículo NUEVA LEY ELECTORAL-2) es la que, progresivamente, los hace considerarse distintos e imprescindibles, y en consecuencia alejados.

Y esto pasa desde siempre, pero aún más en épocas de crisis. Necesito encontrar trabajo para mi hijo; necesito que me operen sin esperar la lista de espera; necesito, necesito… E incluso quien no necesita nada, como que nunca se sabe, procura votar a quien piensa que, en caso de ir mal las cosas, no dudará en romper el orden establecido para dar un empujón a los que considera cercanos. Es un sentimiento muchas veces inconsciente, muy enraizado, en especial en las comunidades más pequeñas. Decía Salustio hace unos 2.100 años en Roma: “cuando apareció el paro y la pobreza implicaba incluso la pérdida de la vivienda, empezaron a pedir ayuda. Así, poco a poco, el pueblo, que era amo de sí mismo y del país, se fue dividiendo y en lugar del poder común, cada cual se buscó su servidumbre personal

Es difícil que la gente de a pié renuncie a esta cultura inconsciente en favor de una hipotética mayor limpieza del ambiente político. Es por esta razón que opciones “dudosas”, como en Valencia, tienen un seguimiento mucho mayor que el previsible dado su pedigrí. Para ellos, la crisis, la escasez, es un rédito adicional. Y es por esta razón que “los políticos” no van a renunciar nunca, tampoco en Cataluña, a los instrumentos que permiten más fácilmente estas prácticas clientelares, como son las diputaciones, los consejos comarcales y otros estamentos de dudoso procedimiento democrático. No hablo, insisto, de prevaricación, soborno ni nada de eso. Hablo de poder favorecer –o simplemente de la intuición por parte del eventual beneficiario/víctima de la posibilidad de poseer dicho poder – un centro cultural más que a otro, de regular las subvenciones en función de la “fidelidad” tanto en positivo como en negativo, ahogando al “no adicto”; hablo de los puestos de trabajo innecesarios creados para ser ocupados por el sobrino del que hablaba antes. Sólo un adelgazamiento de estos organismos y un control estricto y externo de sus prácticas podrá ir cambiando, lentamente, las costumbres de la población; hará que la gente deje de adular a los posibles benefactores y que éstos, si quieren audiencia, deban bajar a la calle y hablar de tú a tú con los que, quizás, les votarán. Muchas veces es el chocolate del loro, pero al que el loro tiene adicción. Un arduo trabajo quitársela.

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