COMPAÑERA TE DOY (cuento)

Del libro PETIT MÓN (Ed. Cossetània. Valls. 2002)

Abrió el manual. Era la culminación de su primera obra creadora y quería que todo saliera bien. A pesar de ser Omnisciente, pensó que no sería ocioso seguir las instrucciones. Hasta pensó en la posibilidad de esperar que unos querubines le acabaran el Atlas de Anatomía que les había encargado, pero estaba deseoso por acabar su obra y siguió con el proyecto.

 El hombre –durmiendo plácidamente bajo unas palmeras de un brillo parecido al plástico, al igual que él, acabadas de hacer- parecía tan débil, tan poquita cosa al lado de las enormes creaciones, los grandes animales ya engendrados, que incluso le dio un poco de pena –ya que El era también infinitamente Misericordioso.

 Siempre sería débil. Estaba previsto, era una parte importante del juego. El sabía que, si además de orgulloso lo creaba poderoso, su creación no duraría dos días. Pero estaba tan solo el pobre!… que su infinito corazón se encogió. Era consciente que las pocas cosas buenas que podía esperar de aquel ser rosadito, de color de barro acabado de cocer, las haría en compañía. Por esta razón, había decidido crear la mujer.

 El manual decía: “Una vez dormido, se toma una parte pequeña de su cuerpo, dándole a continuación una forma parecida y a la vez complementaria…”. (Los circunloquios eran fruto de la inocencia radical de aquella época). No le era difícil entender que quería decir “complementario”. Estaba decidido a terminar su obra, a pesar del alud de problemas que aquella “complementariedad” le acarrearía. Pero dudaba respecto a qué parte del cuerpo emplear.

 Lo primero en lo que reparó fue aquel pequeño apéndice ubicado entre las piernas, en aquel instante tan fláccido e inútil, a primera vista el más adecuado: fácilmente manipulable, aparentemente prescindible… Pero después pensó que sin aquella insignificancia, la “complementariedad”, según los planos, se haría difícil, y además, de un pedacito tan blando y multiforme, ¿cómo podría obtener una mujer recia y firme que lo apoyara en los momentos difíciles?.

 Consideró otros miembros más sólidos, como brazos o piernas, pero sólo tenía dos y considero que tomar uno podía ser excesivo. Este era también el caso de las orejas, demasiado evidentes para dejar la cara asimétrica. Contó los dedos; había los suficientes, incluso con un aspecto parecido al primer miembro considerado, pero las uñas lo afeaban,… y su suciedad las hacía incompatibles con la higiene de aquel primer quirófano.

Por fin, tuvo la idea de utilizar una costilla. Era sólida y a la vez flexible, como debía ser la futura compañera, y además habían las suficientes como para que no se notara. Probó una flotante, pero le pareció demasiado corta, incisiva, sin bastante carne para dar un mínimo de gusto, un mínimo de forma. Sabía que el ser complementario le saldría algo más pequeño que el original, pero quería que tuviera unas medidas y unos volúmenes estéticamente de vanguardia.

 Así que escogió una costilla del lateral izquierdo, de flexibilidad acusada, con un buen trozo de carne pectoral adherida. No fue doloroso. El hombre ni se movió. Pero El, con la emoción del instante, sentía el sudor deslizarse por su frente y sus manos temblar.

 Cirujano inexperto, al sacar el hueso, no pudo evitar el arrancar un pedacito del corazón del paciente. A pesar de todo, no fue una mala operación y los resultados, gracias a aquella pequeña imprecisión, fueron incluso mejores de lo esperado. Así lo pudo constatar cuando, una vez moldeada, vio como la mujer, viendo como su compañero se despertaba, aún tendido en la mesa de operaciones, se acercaba a él y le besaba dulcemente en el lóbulo de la oreja, acariciándole sedosamente las mejillas.

 Fue así como los síntomas del postoperatorio se iniciaron con piel de gallina y algo parecido a una corriente eléctrica que recorría la espalda del paciente.

 Sonriendo, decidió llamarla Eva.


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